Desde el uso de la Ivermectina hasta creer los discursos anti-técnicos de los políticos, pasando por arepas con la imagen de la virgen. ¿Cómo puede explicarse que una región tan desconfiada como Latinoamérica se trague enteritos los dictámenes sin evidencias, las propuestas políticas sin fundamento, las medicinas sin pruebas, o los productos milagrosos? Aquí la razón de ello, por qué afecta la estrategia de tu producto, y cómo podemos matar esa maléfica maldición a escobazos.
En 2019, Yaris Helena Surmay, una guajira colombiana, quedó estupefacta cuando tomó la arepa que le hizo su mamá y descubrió lo que había en ella.
– Yo cogí la arepa que me dio mi mamá, la coloqué en el plato. Cuando la partí, me percaté de la imagen. Yo no sabía si saltar de la alegría, si gritar, llorar, no sabía ni qué hacer – dijo la mujer según consignó el medio 24 Horas.
Así mismo, dice el medio, contó que para ella la supuesta aparición fue un milagro porque la venían aquejando dolorosas enfermedades que le detectaron años atrás, por lo que interpretó el extraño suceso como una señal divina de su mejoría.
Ya sabemos que este suceso no es ajeno a Latinoamérica y ciertamente tampoco al mundo. En realidad, es un fenómeno normal en los humanos y se denomina pareidolias, y no sólo ocurre con arepas, manchas o siluetas observadas en dibujos o nubes, sino también con grifos, enchufes, construcciones arquitectónicas, montañas y toda otra clase de objetos.
Los científicos han hecho varios experimentos que ayudan a explicar el fenómeno y, junto a los psicólogos evolucionistas, han concluido que ha sido necesario para nuestra supervivencia:
- Hace miles de años, cuando nuestros ancestros vivían en pleno contacto con la naturaleza, reconocer con rapidez el rostro de un animal salvaje podía ser la diferencia entre vivir o morir. Por eso, basta con que unas cuantas líneas, luces y sombras, o algún sonido, se combinen de alguna manera remotamente parecida a algo conocido para que el cerebro dé la señal de alerta.
- Así mismo, es más probable que los bebés reciban más cuidados si experimentan la pareidolia: los que no podían reconocer una cara no devolvían las sonrisas, por lo que les costaba ganarse el corazón de sus padres y tenían menos posibilidades de prosperar. La pareidolia se habría transmitido desde entonces.
Los científicos ponen énfasis en la importancia de las expectativas ya que es mucho más fácil que el cerebro “vea” algo cuando espera verlo. Puede suceder, por ejemplo, que dos personas observen una misma mancha o una nube, y que, mientras una de las dos vea allí una forma conocida, la otra no distinga nada. Sin embargo, basta con que la primera persona diga qué forma aprecia en la mancha o la nube para que la otra también la vea también de inmediato. No solo la advierte en ese momento, sino que luego ya no puede dejar de percibirla, no puede ver allí otra cosa distinta.
Como dice El neuropsicólogo Saul Martínez-Horta: “Este proceso tiene una particularidad: los puedes provocar dándoles información y después ya no puedes volver para atrás; es decir, si yo te digo que aquí en el suelo hay una cara y yo te la enseño, ya no podrás dejar de ver la cara. Las caras de Bélmez o las apariciones de la Virgen en un tostada, son esto.”
Por eso es que Yaris Helena vio el milagro en la arepa. Como aceptó, “la venían aquejando dolorosas enfermedades que le detectaron hace varios años”. Sin embargo, es cierto que el tinte religioso de las apariciones es más frecuente en Latinoamérica y regiones con alta dosis de religiosidad.
Pero… ¿en realidad no existen en lo absoluto esas apariciones?
A pesar de que la Iglesia ha reconocido catorce apariciones de la Virgen María, de miles que se han reportado, lo cierto es que la ciencia no ha logrado probar, en ninguna de ellas, algo terrenalmente inexplicable. Saul Martínez-Horta afirma lo siguiente en una entrevista con El País de España cuando le preguntan por las apariciones, pareidolias y hechos sobrenaturales:
“A día de hoy no he encontrado ninguno de estos fenómenos que no se pueda explicar por un cerebro roto. Una de las cosas que más me cautivó del mundo de la neuropsicología, del daño cerebral, cuando era un crío, era que podía explicar los fenómenos paranormales. Tú a mí me preguntas cuántas experiencias paranormales he vivido con mis pacientes y te diría que creo que he vivido todas las que tenemos descritas en los libros. El fenómeno que emana de un cerebro que se estropea da lugar a una serie de sensaciones que tienen el aspecto de lo descrito como paranormal.”
De manera que se me dificulta juzgar mal que tengamos pareidolias. Sin embargo, sí me resulta curioso que miles de personas en la región estén convencidas que las apariciones divinas son reales cuando ninguna ciencia lo prueba. Más que eso: la ciencia es capaz de probar la real razón por la cual ocurren, y no es divina, como ya se ha leído arriba. Pero más curioso que eso, es que conclusiones similares no sólo sean racionalizadas por, digamos, “personas de pie”, sino también por los medios de comunicación (quienes las difunden) y por médicos… profesionales que se supone conocen las razones biológicas y fisiológicas por las cuales los cuerpos reaccionan a diversos estímulos o circunstancias.
EL CASO EGAN BERNAL
Los siguiente son algunos pocos apartes de una entrevista hecha por el periódico El Tiempo a Gustavo Uriza, neurocirujano que operó a Egan Bernal, el gran ciclista colombiano luego de su fuertísimo accidente:
“Estos son milagros que se configuraron porque todo se dio para que el paciente saliera adelante. Que tuviera el casco puesto, que el médico del equipo lo recogiera temprano, que lo trajeran al centro asistencial más cercano, que el equipo que lo intervino estaba todo en la clínica, esos fueron los milagros”, le contó Uriza a EL TIEMPO.
“Lo primero que hice fue hablar con la familia, les dije claramente lo que podía pasar. Después llamé a mi esposa, le conté el caso, quién era y le pedí que prendiera una velita para que todo saliera bien”, contó.
Uriza cuenta que es tan creyente, pero no tan practicante, pero el caso de Egan lo transporta y lo ponen a pensar que hay gente que viene al mundo bendecida.
“He tenido muchos casos difíciles, como el de Egan, pero esta vez las cosas se dieron. Pueda que uno sea el mejor profesional, que la clínica sea la indicada, pero he tenido pacientes que con casos similares y por más esfuerzos que se hagan no salen adelante. Fue una combinación de demasiadas coincidencias felices para salir de este problema, y por eso pienso que Dios existe”, sentenció.
Por supuesto que no voy a juzgar que crea en Dios. Ni más faltaba. De la fe no se trata este tema. Lo que sí me resulta curioso es que, producto de unas observaciones subjetivas, el médico asuma que una “mano” ajena a la de él fue la que completó el trabajo curativo. ¿Por qué subjetivas?
- Primero, por definición está asumiendo que todos y absolutamente todos los que ha visto con la afectación de Egan, mueren o jamás se recuperan; sin embargo, racionalmente eso no fue lo que afirmó. Lo que dijo fue: “…he tenido pacientes que con casos similares y por más esfuerzos que se hagan no salen adelante.” Con el “he tenido” deja ver que no se basa en estudios científicos, sino en una muestra estadística atada a su propia experiencia, lo que de entrada es un error científico ya que no representa un estudio con rigor.
- Lo segundo, es que indicó que una combinación de eventos correctos o “demasiadas coincidencias felices” (el casco, la clínica cercana, etc…) configuraron la presencia de un milagro, lo que sugiere que el doctor no cree en la ley de las probabilidades; en que haya la probabilidad de eventos atípicos. Es decir, asume que lo raro no existe y, por tanto, debe ser atribuido a un milagro o a la mano de Dios. Si ese fuera el caso, vendría bien concluir que todos quienes ganan la lotería han sido bendecidos por un milagro (dada la enorme improbabilidad) y, al contrario, los que sufren de una rara enfermedad, han sido condenados por una maldición.
Pero… ¿por qué este médico, así como muchos, caen en esto? Haría falta un estudio específico para tal fin, pero no es difícil concluir que a los seres humanos nos encanta endiosar las figuras, las personas o los eventos con el fin de sentirnos más protegidos y especiales. El dramatismo de esas historias nos conmueve y nos proveen de sentido y confianza.
Pero sigamos y veamos más curiosidades.
EL CASO DE LA IVERMECTINA.
Durante la pandemia, en los países latinoamericanos y en otros cuantos del mundo (principalmente en vías de desarrollo), la ivermectina fue consumida de manera activa para prevenir, minimizar y tratar los efectos del Covid-19. No es mentira que no sólo era recetada informalmente por la vecina, los amigos o la familia, sino también por muchos médicos que la incluían en su recetario. Incluso en Estados Unidos, según me consta.
De hecho, hubo médicos que libraron una cruzada al promover cocteles de medicamentos con el que “aseguraban” reducir la probabilidad de muerte de manera drástica. Y lo demostraban con unos porcentajes bajísimos de complicaciones. Era verdad. Eran bajísimos. Viendo aquello, la gente les creía… y fue así como el consumo de la Ivermectina se disparó en Latinoamérica.
Esto resultó especialmente curioso en nuestra región porque el consumo llegó a ser impresionante, lo que hizo que el mundo desarrollado comenzara a preguntarse qué demonios nos pasaba. Al punto que muchas revistas especializadas, y también periódicos de Estados Unidos y Europa, reportaron el extraño fenómeno ocurrido en la región (aquí un artículo de Nature: https://www.nature.com/articles/d41586-020-02958-2 y aquí acerca de la ciencia falsa de la ivermectina https://www.bbc.com/news/health-58170809) . Desde esos lares nos veían como bichos raros que creemos en cosas raras. Como esa gente supersticiosa que se pone a creer en pendejadas… ahhhh como esos que hasta contratan chamanes con fumarola para espantar los males. Así.
Pero bueno, el tema es que lo que el paciente con miedo no se daba cuenta, es que esos porcentajes bajísimos (de alrededor del 1%) eran similares a los del resto de la población que no tomaba ivermectina, pero ese análisis no lo hacían por lo que la compra del desparasitante seguía disparada. Pareciera que era preferible ni molestarse en conocer de datos y, más bien, confiar en el voz a voz.
En Europa y Estados Unidos, la cosa fue a otro cantar. Aunque algunos médicos comenzaron a recetarla, la FDA indicó que no había pruebas serias acerca de su efectividad, así que no la recomendaba. Aunque hubo varias excepciones, esto fue suficiente para que la mayoría de los médicos decidiera no recetarla y para que la mayoría de la población decidiera no consumirla.
Ya desde hace un buen tiempo ha quedado clarísimo que la ivermectina no sirve para tratar el Covid-19. Varios estudios realizados bajo metodología científica lo comprobaron. Pero entonces ¿por qué los latinoamericanos nos volcamos a consumirla como el milagro mejor guardado de la pandemia, pero en los Estados Unidos la mayoría no cayó en ese error? Aunque la institucionalidad estatal seguramente tiene alguna influencia, muchos de los institutos de salud nacionales en la región latinoamericana actuaron responsablemente al no incluirla dentro de sus recomendaciones; de hecho, muchos comunicaron oficialmente que su efecto positivo no estaba probado, justo como lo anunció en su momento la FDA. De modo que la pregunta la podemos llevar hacia la cultura: ¿Qué diferencias tienen las culturas que propiciaron comportamientos tan disímiles en cuanto al uso del medicamento?
Y seguimos avanzando con las preguntas:
- ¿Por qué nosotros nos comimos el cuento de la ivermectina si somos tan hiperdesconfiados?
- ¿Por qué las pareidolias asociadas con imágenes religiosas y milagros son más comunes en Latinoamérica que en Estados Unidos o Europa Occidental?
- ¿Por qué en Latinoamérica creemos más en los milagros?
- ¿Cómo afecta eso a nuestro futuro y por qué?
EL CASO GUSTAVO PETRO Y LA IZQUIERDA
Hay muchos más casos en los que nuestra cultura se traga embustes amargos como si fueran profiteroles belgas. Aclaro, sin embargo, que esto no quiere decir que los gringos no se los traguen nunca o que los europeos tampoco. Todo el planeta. Pero gracias a las observaciones que he hecho a lo largo de mi carrera, considero que nuestra cultura es proclive a creer en “cuentos”. ¿Tengo una medición científica cuantitativa? No. Valdría la pena avanzar en ello por lo que espero este ensayo sea un primer paso que abra las puertas para que el tema se estudie con mayor profundidad técnica. Pero al menos sí puedo afirmar que mi repositorio de cientos y cientos de estudios me llevan a estas conclusiones.
Pero continuando, aclaro también que aquí no vengo a defender a la derecha ni a ultrajar a la izquierda. A lo que vengo es a ilustrar acerca de un fenómeno; el fenómeno de cómo la izquierda latinoamericana ha avanzado a punta de un discurso motivante que ciertamente calma las heridas centurias todavía enrojecidas, pero que carece de fundamento técnico. Y es así. Nadie lo puede desmentir. Ya no es cuestión de si soy de centro o de derecha porque está más que difundido el hecho: la izquierda, una más que otra, sobre todo la que dirige el señor Gustavo Petro, presidente de Colombia, construye sus ideas e impulsa sus decisiones bajo una pobre fundamentación técnica y científica, y le pone énfasis a la construcción semántica-filosófica para persuadir a los electores. Este no es el lugar para sacar el listado que lo pruebe; como he dicho, ya está suficientemente analizado el tema y se puede dar esto como un hecho: sus ideas, el perfil de los funcionarios, las decisiones y las reformas, en general desconocen la minucia técnica y científica y, en su lugar, se gestan a punta de filosofía romántica, idealizada, inocentona y tergiversada… pero expresada tan hermosamente, que convence y ablanda el alma.
Y eso fue lo que pasó en Colombia: el Petro candidato ilusionó a más de medio país basado en una retórica lógica, bien labrada semántica y filosóficamente porque conectaba con las heridas que la mayoría del pueblo pregona a gritos y a escondidas desde hace siglos, resultando en discursos conmovedores que aceleraban el corazón. ¿Qué más se puede pedir? ¿Cómo se podría juzgar a quien le dio el voto?
Sin embargo, el pecado estuvo en que esas personas no se preguntaron si eso que decía era procedente, realizable, y si tenía fundamento técnico o científico. Sonaba lógico y posible, por supuesto, pero técnicamente tenía hoyos negros. Probablemente el dolor acumulado de siglos fue aliviado tan deliciosamente por esos discursos y propuestas que prefirieron evitarse esas preguntas; como el hambriento a quien le ponen la hamburguesa más engordadora enfrente y se la empina sin molestarse en saber qué tanto daño podría hacerle. Pero sí, era una hamburguesa regordeta la de Petro porque la mayoría de lo que decía carecía de veracidad y de realidad técnica, sencillamente porque sólo de esa manera es que podían ser útiles para su discurso imposible.
Pero, Gerardo: Si fuera así, ¿cómo es posible que más de la mitad del país se tragara ese timo? ¿Cómo es posible que tantos millones de personas se traguen semejante esperpento? ¿Acaso estas insultando a los colombianos? ¿A la mayoría de la población?
No. Obviamente no. Justamente este ensayo nace como un intento de explicar cómo y por qué los latinoamericanos somos más propensos a caer en masa ante engaños o percepciones provocativas; como los ejemplos que ya antes he relatado. Básicamente, lo que intento es explicar qué elementos de nuestra cultura hacen que seamos más propensos a las pareidolias. Y no sólo a las de las arepas, sino también a las de las ideas, las medicinas, los políticos… y muchas otras. Un fenómeno explicado por la ciencia que se convierte en nuestra maldición; un espanto que, entendiéndolo, podremos matar a escobazos.
¿Por qué ocurre todo esto? ¿Por qué somos así? No te despegues de todos estos temas apasionantes porque en la próxima entrega ofreceré fundamento científico que nos ayudará a comprender las razones de fondo y las implicaciones que este perfil cultural tiene en nuestras estrategias y tácticas empresariales.
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