Aprende Cuándo Desistir y 2 Trucos Para Lograrlo

¡Neuronas para tu Finde!

Sabiduría científica para inspirar y crecer tu mente. Porque sólo cuando crece tu Mente, crece tu Empresa.

 

La semana anterior te mandé lo que creo que fue un articulazo inspirado en el libro “Renunciar” de Annie Duke. Si no lo has leído, ve aquí. Exploré en ese escrito las razones por las cuales generalmente vemos con malos ojos el renunciar lo que empezamos porque asumimos que es un mal hábito que nos hace perdedores, y ofrecí ejemplos de por qué en realidad resulta ser la mejor decisión en muchas ocasiones. También mostré cómo puede entregar dividendos positivos para la vida, y cómo se puede hacer maximizando las posibles ganancias. Pero el tema me ha quedado dando vueltas en la cabeza porque es una decisión contraintuitiva a lo que la cultura nos enseña, y pocas veces había pensado tanto en este tema, de modo que he querido profundizar en él para entenderlo mejor y vislumbrar nuevas formas y momentos en los que podemos desistir. Y aquí va: un nuevo destilado inspirado en el gran libro de Duke. Abróchate el cinturón porque vamos a cavar mucho más profundo en el mundo de por qué dimitir sí es muchas veces un buen negocio y cuáles son los trucos para hacerlo bien.

LA LECCIÓN DE ALI
A continuación, una transcripción de una historia que relata Duke en su libro y que incluyo aquí porque me parece decididamente aclarativa.

En octubre de 1974, Muhammad Ali (el boxeador) logró una de las mayores sorpresas en la historia del deporte al noquear a George Foreman. Con esa victoria, Ali recuperó el título de peso pesado del boxeo, un título que había ganado por primera vez cuando destronó a Sonny Liston una década antes, en 1964. Ali enfrentó probabilidades increíbles y adversidades en el camino hacia ese triunfo trascendental. En 1967, le quitaron su título de peso pesado después de negarse a servir en la Guerra de Vietnam, privándole de la oportunidad de pelear durante tres años y medio en lo que debería haber sido la cima de su carrera. Después de ese receso, tuvo que luchar otros cuatro años para volver a la contienda y tener la oportunidad de enfrentar a George Foreman. Para ese momento, Ali tenía casi 33 años y había peleado como profesional 46 veces.

Foreman era el gran favorito: más joven, más grande, más fuerte, invicto y considerado indestructible. Ali había peleado contra Joe Frazier como Ken Norton y ambas peleas habían terminado en decisión de jueces; es decir, reñidas. Pero ni Frazier ni Norton duraron dos asaltos contra Foreman. Así que cuando Ali venció a Foreman, consolidó su estatus como el más grande de todos los tiempos.

Muhammad Ali se convirtió entonces en un símbolo de determinación. A pesar de todas las adversidades, en medio de una multitud de detractores, se negó a rendirse y triunfó. ¿Hay algún testimonio mayor del poder de la persistencia y la perseverancia cuando se trata de perseguir tus sueños?

Duke, sin embargo, no termina ahí el cuento, porque tampoco el cuento de Ali termina allí. Esa misma tenacidad llevó a Ali a pelear durante siete años más. Desde 1975 hasta diciembre de 1981, Ali persistió a pesar de señales repetidas e inequívocas de que debía retirarse. En 1977, después de que amigos y periodistas notaran signos de su deterioro físico y mental, Teddy Brenner, el organizador de peleas en el Madison Square Garden (donde se habían realizado ocho peleas de Ali) le rogó que se retirara. Ali no le hizo caso. Brenner siguió con el anuncio de que el Madison Square Garden nunca volvería a organizar una de sus peleas: “No quiero que venga algún día y me diga: ‘¿Cuál es tu nombre?’ El truco en el boxeo es retirarse en el momento adecuado, y el decimoquinto asalto de anoche [contra Earnie Shavers] fue el momento adecuado para Ali”.

Una semana después, el médico de Ali, Ferdie Pacheco, también intentó que se retirara después de recibir un informe de laboratorio sobre la condición de los riñones de Ali. Al no recibir respuesta, Pacheco fue quien renunció. En 1978, Ali perdió su título ante Leon Spinks, quien había peleado como profesional solo siete veces. En 1980, bajo circunstancias sospechosas, obtuvo autorización médica en Nevada para pelear contra Larry Holmes, el campeón vigente. Ali sufrió una paliza física en esa derrota, tanto que Holmes lloró después del combate y, Sylvester Stallone, quien era espectador esa noche, describió el último asalto como “ver una autopsia en un hombre que aún está vivo”.

Sin embargo, Ali aún no se rendiría. Para 1981, Muhammad Ali no pudo obtener licencia para pelear en Estados Unidos, lo cual solía ser una formalidad con estándares mínimos entre las comisiones estatales para obtener peleas comercializables. Si el mundo alguna vez gritaba “¡Es hora de colgar los guantes!”, ese era el momento. Pero él siguió adelante y peleó en las Bahamas de todos modos. Y volvió a perder en un espectáculo penoso para los mínimos estándares del boxeo.

Muhammad Ali claramente pagó un alto precio por continuar peleando hasta casi los cuarenta años. Ya había mostrado signos de daño neurológico hacia el final de su carrera, y todos esos golpes que absorbió después de vencer a Foreman indudablemente contribuyeron al diagnóstico de la enfermedad de Parkinson en 1984, y su penoso deterioro físico y mental posterior. La misma determinación y aguante que lo hizo un gran campeón lo hundió luego de esconderle las razones por las cuales debía renunciar, razones que todo el que no era Ali veía resplandecientes como los signos de Times Square. Y he ahí la trampa de la determinación ciega: mientras te hace luchar y luchar y luchar para alcanzar lo que vale la pena, te hace luchar y luchar y luchar también por lo que no. Hasta morir en el intento.

LOS DOS TRUCOS PARA SABER CUÁNDO RENUNCIAR
Una de las prácticas usuales en los emprendedores es llamada ‘Fake it til you make it’, que básicamente traduce algo como ‘Engañar hasta lograrlo’. Es una práctica común con la cual los emprendedores aparentan estar creciendo más de lo que en realidad crecen con el fin de ganar más exposición en medios, verse más sexy y levantar capital. Lo hace la mayoría pero es jugar con el diablo, porque si no logras lo que anuncias pueden desenlazarse eventos trágicos. En buena medida, fue eso lo que le pasó a Elizabeth Holmes de Theranos, la startup multimillonaria que terminó estafando a enormes personalidades en Estados Unidos porque la exageración con la que empezó la mantuvo in crescendo hasta que se volvió una bola de nieve tan enorme que la empujó hasta la cárcel.

A lo que voy es que las startups caen en esto porque a su vez caen dentro de un error común que Duke llama ‘micos y pedestales’, que en realidad es un nombre de un modelo mental ideado por ‘X’, el laboratorio de innovación interno de Google. La lógica es la siguiente: imagina que estás tratando de entrenar a un mono para hacer malabares con antorchas en llamas mientras está parado en un pedestal en una plaza pública. Si logras un espectáculo tan impresionante, tienes un acto rentable entre manos. Pero hay dos partes que debes tener en cuenta para tener éxito: entrenar al mico para hacer malabares y construir el pedestal. Uno presenta un obstáculo posiblemente intratable en el camino del éxito. El otro es construir el pedestal. El segundo seguro no es un problema ni para ti ni lo era para un egipcio de hace 4 mil años; hoy puedes comprar uno en una tienda de muebles o ferretería, o usar una caja de leche al revés. El truco estará en entrenar al mono para hacer malabares con antorchas en llamas. El punto de este modelo mental es recordarte que no tiene sentido construir el pedestal si no puedes entrenar al mono. Peor aún, si ya sabes que puedes construir el pedestal, entonces hacerlo realmente no representa ningún progreso real hacia tu objetivo, ya que no estás aprendiendo nada nuevo. En otras palabras, debes abordar la parte más difícil del problema primero. Pero eso no es lo que hacen los emprendedores generalmente, y desafortunadamente tampoco es la forma como la mayoría actúa. Solemos dejar la parte difícil para después esperanzados en que tarde o temprano la resolveremos. Pero muchas veces no ocurre, u ocurre, pero a un precio altísimo. Y ese es el precio de las famosas victorias tempranas: damos prioridad a lo fácil.

Hay muchísimos ejemplos al respecto y no sólo con emprendedores sino con obras públicas, en grandes empresas, en pequeñas, en proyectos deportivos y hasta en proyectos familiares. Es más común de lo que puedas creer. Incluso yo, en mis emprendimientos tengo varios curiosos y cómicos, que después cuando recuerdo lo que implicaron en dinero, ya no lo son tanto. En todo caso, el consejo central del modelo mental es: Resuelve primero la parte difícil; trata de resolverla lo más rápido posible; cuidado con el progreso falso.

Y justo eso es lo que hace ‘X’: Con cientos de ideas prometedoras compitiendo por su atención en cualquier momento, deben identificar los proyectos que no van a funcionar lo más rápido posible porque cada dólar que ahorran al decir “no” rápidamente, es un dólar que pueden gastar en algo que podría cambiar el mundo. Con ‘Micos y Pedestales’ se aseguran de enfrentar primero el mayor desafío haciéndose expertos en abandonar “a tiempo” proyectos demasiado complicados.

Al combinar ‘Micos y Pedestales’ con el truco que ofrecí en el artículo anterior y que se refiere a la definición a priori de criterios que de no conseguirlos maten el proyecto, se configura un dúo de trucos efectivísimo para abandonar mientras reduces la probabilidad de malgastar tiempo y dinero en esfuerzos inútiles o de bajo rendimiento.

  

EL TRUCO ÑAPA
Aunque eran dos trucos, siempre la ñapa es bienvenida. Y aquí te la tengo. Duke remata todo su argumento contándonos que al hablar con Daniel Kahneman, el premio Nobel de Economía y notable destacado en la economía conductual, acerca de este tema de renunciar, éste le dijo que lo que todos necesitamos es un amigo que realmente nos ame pero que no se preocupe mucho por herir nuestros sentimientos en un momento dado. Y resultó ser el tercer gran truco.

Cuando estás en medio de enfrentar la decisión de seguir adelante o quedarte en el curso actual, es cuando tu toma de decisiones es más vulnerable a la serie de sesgos cognitivos que dificultan que abandones. La idea de Kahneman es que un observador externo es mucho más propenso a tener una visión racional de tu situación porque no está dentro de ella contigo. Cuando alguien está en el exterior mirando hacia adentro, generalmente puede ver tu situación de manera más racional que tú. 

Es así como todos deberíamos intentar encontrar a alguien en nuestra vida que nos diga la verdad, ya sea un amigo cercano, un mentor, un compañero de trabajo, un hermano o un padre. Cuando lo encuentres, pídele que sea tu entrenador para abandonar, que sea esa persona que te ayude a descubrir cuándo abandonar el rumbo. Tiene que ser alguien que conecte con nuestros intereses a largo plazo y esté dispuesto a decirnos lo que necesitamos escuchar, no lo que queremos escuchar.

Y termino con una reflexión obvia pero importante de Duke:

Puedes superar que te digan que debes abandonar algo. Pero si pasas meses o años en un trabajo o una relación que no contribuye a tu felicidad a largo plazo, es tiempo que nunca podrás recuperar. Así que: encuentra al menos una persona para que sea tu entrenador para abandonar. Oye, pero… ¿y si no te quedes ahí. ¿Y si también te conviertes en una para alguien que amas y lo necesita?

 

¡Con toda y buen finde!