La Historia Que Explica El Peligro Que Esconden Las Frases Célebres

¡Neuronas para tu Finde!

Sabiduría científica para inspirar y crecer tu mente. Porque sólo cuando crece tu Mente, crece tu Empresa.

 

La Historia Que Explica El Peligro Que Esconden Las Frases Célebres.

 

Las frases célebres siempre nos han fascinado. Son elegantes, sonoras, inteligentes, pegajosas para que las recordemos fácil, y las dijeron personas que admiramos o que incluso son como anhelaríamos ser. ¿Qué de malo pueden tener si son una gota concentrada de conocimiento puro y divino?

  • “La permanencia, perseverancia y persistencia a pesar de todos los obstáculos, desalientos e imposibilidades: es eso lo que distingue las almas fuertes de las débiles.”(Thomas Carlyle)
  • “La paciencia y la perseverancia tienen un efecto mágico ante el cual desaparecen las dificultades y desaparecen los obstáculos.”
    John Quincy Adams
  • “El fracaso es una gran oportunidad para empezar otra vez con más inteligencia.” Henry Ford.
  • “El coraje es ir de fracaso en fracaso sin pérdida de entusiasmo.” Winston S. Churchill.
  • “El fracaso fortifica a los fuertes.” Antoine de Saint-Exupéry

A mí también me encantan. ¿Cómo no? De siempre las he leído con hambre y he procurado tenerlas a tope de memoria para rescatarlas en cualquier momento que crea que me pueden ser útiles. Pero hoy quiero contarte una historia que pone de evidencia el peligro que esconden y que nadie ve y que, a decir verdad, nadie ha advertido, que yo sepa. Es tanto el peligro que esconden, que podrían llegar a hundirte en el fracaso aparente y hasta en la depresión. Tanto, que puedo decir que yo he sido víctima de tomarme a pecho las frases célebres.

Y me di cuenta de esto tiempo después de lanzar mi startup tecnológica Ormigga, mi segunda compañía. Pero la historia comienza antes de lanzarla porque, desde los veintiún años soy emprendedor, pero siempre he pensado que en muchas cosas que he hecho en la vida me ha faltado ser más persistente. De manera que, a modo de preparación para mi segundo desafío empresarial, interioricé muchas de las frases célebres que están arriba y otras que, en el fondo comunican lo mismo: “jamás desistas. Jamás. Dale y dale que el éxito siempre llega. Y no te preocupes si fracasas porque después te levantas para seguir y seguir, jamás desistir… y el oro emergerá. Tenlo por seguro.” Básicamente ese es el resumen de lo que comunican centenares de frases célebres que nos compartimos por Whatspapp, en redes sociales y que incluso miles de libros de superación y también de negocios promulgan. ‘Si todos lo dicen pues entonces hay que creerles’, pensaba yo.

Con esa mentalidad de la perseverancia me monté en el caballo de mi segunda empresa. Una startup tecnológica que buscaba cambiar la manera como las empresas compran productos de mercadeo y publicidad. Lo primero que debo decir es que, por supuesto que no todo lo que dicen las frases célebres es malo, peligroso o inútil. No. Al contrario, mucho es cierto y son un arma afilada que usas para ir abriéndote camino por la maraña de la vida. Y al principio me sirvieron mucho. Pero mi reflexión está en que tienen otro filo, escondido, con el cual te puedes cortar.

Empezó todo en 2007 cuando traté de formar empresas tecnológicas, pero sin mucho éxito. En 2012 tuve la idea de Ormigga y empecé a hablar con posibles socios, inversionistas e ingenieros. La mayoría me decía que estaban interesadísimos, que les gustaba la idea, que querían invertir o que querían sumarse al equipo. Muchas veces celebré y lloré de la felicidad, pero días después no me volvían a contestar el celular. A lo largo de dos años charlé con diez ingenieros distintos para que se sumaran como socios al proyecto y construyéramos el software; casi todos lucían emocionados, pero ninguno comenzaba a trabajar. Hasta que en 2014 encontré a un par de ingenieros cartageneros juiciosos que se sumaron al equipo. Empezamos a trabajar con disciplina durante varios meses, construimos una primera versión y, al poco tiempo, se desaparecieron. La idea de lanzar Ormigga estaba siendo más difícil de lo que podía imaginar. El dinero ya se me estaba acabando y no sabía qué más hacer. No tenía mucho para pagar ingenieros y por eso los trataba de convencer ofreciéndoles equity (acciones), pero la verdad es que ninguno se veía motivado por eso. Querían la plata quincenalmente en sus cuentas.

Hasta que decidí que tenía que ahorrar más para poder pagar uno. Consolidé un dinero adicional y en el camino me encontré con otros inversionistas potenciales. Algunos no me daban ilusión, pero otros sí. Sin embargo, la película se repetía: después de algunos días, no aparecían más. Una y otra vez la misma película se rebobinaba para ponerse en “play”… y las frases célebres de la persistencia seguían llegando a mi cabeza: no me podía dar por vencido.

Hasta que alguien me presentó a un buen ingeniero que decidió ser mi socio. Su nombre es Juan Pablo, y decidió terminar de construir el software Ormigga. Era ya 2016 cuando Juan Pablo junto a otro ingeniero le metieron todo el empeño y terminaron el software en menos de ocho meses (en noviembre, justo el mismo mes en que nació mi primera hija). Al menos la primera versión. ¡Aleluya! Cuatro años tuvieron que pasar, con la idea dando vueltas, luchando a diestra y siniestra, para lograr que Ormigga viera la luz. Lanzamos en febrero de 2017 y fue ahí cuando comprendí lo que puede llegar a ser parir para una mujer. Nunca lo voy a saber a ciencia cierta, por supuesto, pero yo sigo insistiendo que sentí algo parecido.

A partir de ese momento es como si cada día de mi vida me hubiera montado en una montaña rusa extrema, que por la mañana trepa hasta el cielo, al medio día cae en picada, vuelve y sube en la tarde hasta las nubes, y en otro momento aleatorio vuelve a caer al vacío. Crear una startup tecnológica no es nada fácil porque suelen tratar de inventar una nueva rueda. No es como crear un restaurante o una firma de abogados que ya tienen el modelo de negocio probado desde hace decenas o cientos de años. No. Las startups tienen que inventar cómo hacer que funcione un modelo que jamás nadie había pensado. Es una real locura.

El punto, y para no hacer el cuento tan largo, es que empezamos a crecer muy bien los primeros meses. A tasas del 20% mes. Ingresamos al programa de Apps.co del Gobierno de Colombia, el cual nos sirvió muchísimo y, luego, en 2018 logramos una inversión de un fondo de los Estados Unidos. Estábamos en el paraíso, y estábamos de moda, éramos sexys: muchas empresas querían escuchar lo que hacíamos y muchas nos probaban. Sin embargo, comencé a notar que las estadísticas de crecimiento no eran muy consistentes, y luego empecé a ver que perdíamos muchos clientes. ¡La tasa de churn (pérdida de clientes) a principios de 2019 llegó a un consolidado del 70%! Algo estaba muy mal. Estaba muerto del miedo, además porque había metido todo mi capital en la empresa y había montado a otros en ese mismo bus. Tenía una gran responsabilidad. Con el equipo tratamos de buscar mil soluciones pero no veía que funcionaran mucho y ya no tenía más dinero. Simplemente se había acabado, y ya no tenía forma ni de pedir prestado a los bancos. Entré en pánico.

Y entonces recordé las frases célebres. Pero ¿cómo podía persistir si ya no tenía cómo? ¿A qué inversionista podía convencer si los números del negocio no eran favorables? ¿Cómo podía conseguir más dinero si todos los recursos posibles me los había consumido? Y pensé en otras frases célebres: Por ejemplo, esa de Winston S. Churchill que dice: “El coraje es ir de fracaso en fracaso sin pérdida de entusiasmo.” Me dije que entonces no estaba mal fracasar. Y pensé que tal vez este era mi fracaso; un aprendizaje para luego continuar, cuando recabara fuerzas de nuevo.

Y con esa consigna en 2019 le bajé un poco la velocidad a Ormigga, le invertí de nuevo tiempo a mi empresa de siempre y de la cual vivía, Criterium, y empecé a trabajar en otros proyectos. En 2020, a pesar de que con Ormigga seguimos trabajando con algunos clientes, decidí que no invertiría un peso más en ella. Pero lo que sí hicimos, fue tratar de comprender qué fallaba y cómo debíamos hacer felices a los clientes. Y en eso transcurrió nuestra vida en Ormigga desde antes de la pandemia y durante todo el 2021: aprendiendo, mejorando el producto y sobreviviendo.

Pero lo destacable es que durante todo ese período de tiempo lo codifiqué mentalmente como un fracaso, porque las frases célebres me daban licencia de fracasar, y aunque me instaban a perseverar, ya estaba tan quemado que, literalmente, me sabía a mierda. Pero, además, tiempo después me di cuenta que entre las frases célebres se produce un cortocircuito; un conflicto o disonancia cognoscitiva porque si te mencionan los “fracasos” y te dicen que son necesarios para el éxito, y que son positivos, entonces de alguna manera están permitiéndote dejar de perseverar en ellos. Implícitamente los fracasos son una especie de muerte y por tanto nunca los vuelves a ver o usar. Ningún fracaso es después un éxito; se interrumpen y se echan a la basura para siempre. ¿No?

Pero desde 2020, al mejorar el producto gracias a que comprendimos muy bien lo que necesitaban los departamentos de compras (ya no nos orientábamos a los departamentos de mercadeo y publicidad), empezamos a darnos cuenta de algo hermoso: ya los clientes no se iban. Teníamos pocos, pero los que nos probaban, no se iban nunca. Llegamos al 2021 y luego al 2022 y no se fue ni uno. Cero. Empecé sentir que había algo ahí, algo que podría tener potencial, así que me di cuenta de algo muy curioso: ¿será que el fracaso no existe? ¿Qué? ¿Cómo puede ser si todas las frases célebres lo mencionan? Sí, pues luego de sentirme un fracasado, de caer casi en depresión, de haber sufrido tanto, ahora veía que el fracaso resurgía de las cenizas. ¿Y entonces? ¿No que los fracasos son unos muertos?

Pues no. No son unos muertos. Hoy, Ormigga está vivita y coleando, creciendo, y desde 2020 a hoy, junio de 2023, todavía no se nos va un solo cliente. La lección que me ha dejado este bebé que parimos en 2016 es hermosa: la palabra “fracaso” debería eliminarse del diccionario, debería eliminarse de todas las frases célebres, de todas las enseñanzas, porque sencillamente NO EXISTE. El fracaso sólo está en tu cabeza y depende de cómo interpretes el resultado de tu gestión y, por tanto, no debería llamarse fracaso: simplemente son obstáculos. Porque lo bonito es que tras ese aparente fracaso que en realidad es un incumplimiento de tus expectativas, se esconde una gran oportunidad de mejorar y de cambiar tu destino. El punto está en siempre buscar cómo mejorar lo que tienes entre manos y que en algo en concreto no está funcionando; siempre habrá una manera de lograrlo. Siempre. El problema de pensar en la palabra “fracaso”, como dije, es que mentalmente te hace pensar que debes botar a la basura esa ‘empresa’ e inventarte otra cosa, y aunque las frases célebres asociadas a la persistencia te lo advierten, las que mencionan el fracaso te confunden si no las contextualizas adecuadamente. O al menos, eso pasó conmigo.

OTRO CONFLICTO AL QUE LLEVAN LAS FRASES CÉLEBRES

Finalizo estas reflexiones, mencionando otro conflicto asociado a la perseverancia mencionado por las frases célebres: en la entrega del sábado pasado escribí acerca de los grandísimos pensamientos de Yuval Noah Harari. Y tal vez el más determinante es este:

 “Pienso que lo más importante es invertir en inteligencia emocional y equilibrio mental, porque los desafíos más difíciles serán de naturaleza psicológica. Incluso si hay un nuevo trabajo, y aunque recibas apoyo del gobierno para reinventarte, necesitas mucha flexibilidad mental para gestionar estas transiciones.

La inversión más importante que las personas pueden hacer no es aprender una habilidad particular, como ‘aprender a programar computadoras’ o ‘aprender chino’ o algo por el estilo. No, la inversión más importante es realmente construir una mente o personalidad más flexible”.

Creo que es una reflexión enorme y totalmente cierta, y deja ver algo clave: tus sueños de ahora en adelante tienen que ser perecederos y no te puedes empecinar en ellos para siempre. De ahora en adelante, en este siglo XXI tenemos que estar dispuestos a dejar ir nuestros sueños, y esa es la flexibilidad de la que habla Harari. Debemos es comprometernos con una visión más amplia, y ser capaces de soltarle la mano a las ideas concretas en las que decidamos trabajar si es que incumplen sistemáticamente las expectativas, lo que implica que debemos tomar con precaución las famosísimas ideas entorno a la persistencia ciega. Si no, podremos sufrir más de la cuenta.

De modo que, desde ahora, nuestros sueños deben ser sometidos a una fecha de expiración, y eso va en total contravía de la perseverancia ciega y absoluta que promulgan las frases célebres. Quien al leerlas interprete que jamás debe soltar su sueño, puede terminar pasándola muy mal, como me pasó a mí con la palabra ‘fracaso’.

Pero ¿cómo sabremos cuándo debemos dejar ir nuestros sueños? Nada fácil. Es un área que la humanidad debe empezar a entender mejor.

¡Con toda y buen finde!